Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias Sociales

				
Resumen

				
El presente trabajo tiene como finalidad exponer las características del cuidado en el silencio que es propio de la conciencia cristiana y que reconocemos en la afectividad encarnada en la persona de María. Esta encarnación caracteriza la esperanza cristiana que siempre es vital y que se presenta en el modo de actos silenciosos asumidos como deberes que no exigen reflectores para sí y que adquieren la forma de la cordialidad y la cortesía al tiempo que suscitan un sentido de comunión y producen comunidad. En breve, nuestra intención es exponer la perspectiva cristiana en relación al cuidado y su encarnación diaria en los distintos ámbitos humanos, con el propósito de ofrecer una salida al inmanentismo que caracteriza la vida contemporánea y que enfatiza la importancia de la experiencia inmediata y la vida presente, en detrimento de las perspectivas históricas y trascendentes y a la vez se re-conozca - es un trabajo que cada quién debe realizar para sí - la esperanza de lo vivo que se concreta en actos desde el amor en Cristo hacia todo y hacia todos antes de que, como diría Chesterton, se advenga un espíritu permanente de publicidad irredenta de lo muerto. Se concluye el artículo afirmando que la Esperanza cristiana sólo puede ser cumplida en el momento del encuentro entre la conciencia y su contingencia primordial: o se entrega a las ofertas de la razón tecnificada o se entrega a la Promesa de salvación eterna.

			
Palabras clave:
cuidado, conciencia cristiana, conciencia tecnificada, esperanza, conversión de la mirada, filosofía de la paz, .

		

			Nunca se piensa en publicar la vida

			Hasta que se está publicando la muerte.

			G. K. Chesterton, San Francisco de Asís

		

		

			Habiendo convertido el futuro en presente

			vivimos en puros presentes.

			J. Patocka, Libertad y Sacrificio

		

		

			Ser o no inefable es indiferente

			a la calidad de un conocimiento, puesto

			que comparte la suerte de indecible lo

			más elevado con lo más humilde.

			José Ortega y Gasset, El silencio, gran Brahman

		
En breve, el propósito de este trabajo es mostrar al lector la mirada cristiana en torno al cuidado y sus formas de encarnación cotidiana según sus relaciones con cualesquiera ámbitos humanos para que, así, se salga del inmanentismo del vivir en el puro presente contemporáneo y se re-conozca -es un trabajo que cada quién debe realizar para sí- la esperanza de lo vivo que se concreta en actos desde el amor en Cristo hacia todo y hacia todos antes de que, como diría Chesterton, se advenga un espíritu permanente de publicidad irredenta de lo muerto.

			

				
Primer momento de conversión de la mirada del cuidar

				
Comencemos por una descripción aproximativa del problema del cuidado cristiano tal como se quiere ver en este trabajo. Akamasoa, término malgache que se traduce como los buenos amigos, es el nombre de la ciudad fundada por Pedro Opeka, padre paulino que misiona en Madagascar desde hace más de 30 años. El nombre de la ciudad -que empezó siendo una Asociación humanitaria- nos pone en sintonía con una característica del cuidado cristiano, a saber, la amistad social que tiene, como una de sus misiones, la corrección fraterna y el sostenimiento de la justicia.
Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras mundanas que establecieran de manera definitiva una determinada -buena- condición del mundo, se negaría la libertad del hombre.

			

				

				Benedicto XVI. Spe Salvi…, 39, énfasis añadido.

			12

					

				

				
Se tratará, pues, de un mejoramiento paulatino y permanentemente del mirar desde el corazón del hombre respecto del sufrimiento en el mundo lo que provocará la libre adherencia basal a uno u otro mensaje: el de la estructura pública del cuidado en el que sólo ella quiere existir sin auxilio de la fe - o con un auxilio limitado de ella - o el del cuidado silencioso que aspira a la communio personarum y entiende que todo acto emanado desde él no aspira a instaurar un reino en este mundo sino a vivir conforme a esa nueva modalidad potencial que toda conciencia encarnada posee como fondo originario.

			

			

				
La doble visión del cuidado y su límite en San Francisco

				
¿Cómo se conecta lo dicho hasta ahora con la figura de San Francisco y qué relación guardará con María como ejemplo de ese cuidar silencioso al que hemos hecho referencia desde el título? Ya hemos dicho con Chesterton que existe, cuando menos, una doble mirada acerca de San Francisco como personaje y que las interpretaciones derivadas de ese doble mirar se relacionan con posicionamientos generales sobre lo real que aún persisten en nuestros días y tienen una larga data histórica. Por un lado, San Francisco como modelo de amabilidad, caridad y cortesía humillantes; por el otro, Francisco de Asís (o Giovanni Bernardone), un fraile con espíritu pre-moderno que ama la Naturaleza y loa a Dios a través de ella (¿o en ella?) y que lo convierte, así, en el amante de lo otro sin espíritu, lo otro que es pura materialidad dada a la organicidad sin más.
San Francisco no veía masas sino personas y es precisamente ahí en donde radica la diferencia entre un tipo de cuidado -el que hemos identificado con una mirada escéptica proveniente de la modernidad- y otra forma de cuidar que es tan antigua como bella, pero que exige sacrificios. Es en la posición frente a lo absoluto donde se opera la modificación de la conciencia. En ese espacio intangible descubrimos nuestro estar incompletos y experimentamos 'la nada como el límite extremo ante el que nos situamos […]. En él arraiga nuestra libertad humana, dentro del mundo y al mismo tiempo en relación con el mundo como un todo'.

			

				

				

					Jean Patočka, Libertad y sacrificio, trad. Iván Ortega Rodríguez (Salamanca: SIGUEME, 2007), 10.

			23 La resolución que el hombre toma en este instante de vacío determina lo que podrá ser su apertura hacia el futuro y el cuidado de su actuar habitual pues ha encontrado 'su misión' al descubrir la contingencia primordial de su ser, como el mismo Patočka llama a ese espacio vital donde 'vemos' la totalidad de nuestro ser y desde el cual tendremos la tarea de testimoniar la verdad. Qué verdad y cómo hemos de 'testimoniarla' es lo que distinguirá los límites y la esencia entre el tipo de cuidado cristiano que anunciamos al inicio y cualquier otro tipo de cuidado.

			

			

				
Libertad y fundamento espiritual de la vida contemporánea

				
En la coyuntura actual parece innecesaria la pregunta por los fundamentos de la vida y la libertad humanas, pues la confianza en la hiper racionalización del mundo coloca al hombre en una posición de control de sí que lo mantiene estable e inconmovible hasta que la técnica y la ciencia manifiestan sus limitaciones y se le revelan incapaces de sostenerlo en su ser. Una consecuencia de este acontecimiento describe al 'hombre, situado en la esfera pura del aparecer, que se halla radicalmente distanciado de ʽlo que hayʼ y es tenido por evidente […] queda […] liberado de lo dado para orientarse hacia el absoluto en una búsqueda inacabable'.

			

				

				Ibid., 240, énfasis añadido.

			24

				

				
Dentro de esas búsquedas, el hombre moderno ha convenido la alegre tarea de estructurar su libertad y su estar en el mundo pero siempre dentro de lo dado, en franca huida de lo absoluto y por esa misma razón sus respuestas frente en la esfera del aparecer le muestran la abisalidad de su vida.

				

					
Frente a esto, la tonalidad afectiva fundamental, que nos deja en la situación de estar puestos en el mundo, de que estamos en él y de que en él debemos cargar con nuestro ser (pues no tenemos poder sobre su origen y comienzo, porque nos está vedado un acceso con contenido y positivo a dicho comienzo, así como a su final), nos mantiene en una situación de no estar acomodado ni acostumbrado.

			

				

				Ibidem.

			25

					

				

				
El diagnóstico de Patočka sobre el despojo que la vida contemporánea -la suya, la de su tiempo- ha hecho de las potencias espirituales humanas, ¿no es aún válido para nosotros, personas del siglo XXI que generalmente consideramos tener mejor nivel de vida que las épocas precedentes y que por ese solo hecho deberíamos actuar conforme a esa realidad? ¿Es acaso esta percepción de bienestar un engaño, una 'ficción del pensamiento' que nos acomoda y nos exime de recuperar la tonalidad afectiva señalada por el filósofo checo? Entendemos que echar una mirada al conjunto de la realidad, respecto del tema que estamos tratando, a recordar, el cuidado del otro y de lo otro dentro de un marco referencial específico es una tarea titánica que involucraría la metodología toda de la historiografía moderna; sumado a ello, sabemos que ya algunos autores cuestionaron, incluso, si es aún necesario dividir el estudio de la historia en rebanadas

			

				

				Cfr. Jacques Le Goff, ¿Es realmente necesario cortar la historia en rebanadas?, trad. Yenny Enriquez (México: FCE, 2016).

			26 para comprender la posición del hombre en el mundo y su caminar real. Puestas así las cosas, resulta evidente que no podemos abrir ese análisis histórico para situar con precisión la manera como se ha expoliado a la conciencia de su apertura hacia el absoluto. Debo, por tanto, solicitar al lector que confíe en que se cuenta con ese marco conceptual en el que se inscriben las reflexiones de este texto. Retomemos ya nuestro tema y avancemos.

				
Si el hombre se encuentra como despojado de su tonalidad afectiva para sentirse inserto en el mundo como siendo parte de él, cabe preguntar entonces a qué tipo de libertad se aspira desde y en un entorno hiper tecnificado. Aún más: ¿cómo se descubre el hombre -asumiendo que aún se concibe como tal- a sí mismo? ¿Se busca? ¿Le importa buscarse? Para quienes acompañan en el pensamiento a autores como Patočka, frente al hombre común y corriente se abre también la posibilidad del sacrificio de 'mostrar que la existencia puede estar referida a un horizonte que supera el mundo racionalizado'.

			

				

				Patočka, Libertad y sacrificio, 13.

			27 Pero ¿qué horizonte es ese al que puede orientarse la conciencia sacrificial que se propone ahora? ¿Podríamos llenar ese horizonte con el mensaje evangélico para dar fundamento a la libertad y al actuar del hombre en un mundo, como hemos dicho ya, hiper tecnificado (transhumanista se atreven algunos a llamarlo también)? Incluso, el mismo Patočka deja abierta la posibilidad pues afirma que: 'La esperanza no es en ellas -en las teologías de la esperanza- un mero alivio del horror y del miedo que dejan en nosotros las amenazas de nuestra época, sino que son la posibilidad misma de abrirse al futuro'.

			

				

				Ibid., 242.

			28 Con todo, hay que aceptar que para una conciencia tecnificada la noción de sacrificio no le dice nada hasta que no experimenta su ser incompleto, el límite del mundo que ha convenido en estructurar desde su apuesta alegre por dotarse de sentido independiente de cualquier trascendentalidad.
En efecto, ¿cuál es el espíritu de nuestra época? ¿Seríamos capaces de encontrarlo en caso de que lo hubiera? Ya no estamos en una posición como la de Patočka cuando diagnosticaba su propio momento histórico pues de él afirmaba la anticipación de un mundo post-imperial que otorgaba una imagen 'exenta de toda especulación metafísica que puede constatarse simplemente con la mirada empírica del historiador'.

			

				

				Patočka, Libertad y sacrificio, 224.

			34 A nuestro tiempo le toca vivir con la curiosa paradoja de presenciar una época optimista, pero no una época feliz pues aquello que funda la felicidad está más en las relaciones entre iguales antes que en el conocimiento totalizante de lo real y en el avance tecnológico. Con todo, cualquiera podría decir que ahí se encuentra ya un rasgo que caracterizaría el principio de unión de la conciencia escindida: la vieja sensación de optimismo que aunaría a los hombres de este tiempo y de los venideros. Y aun cuando ese principio optimista posee notas de inmaterialidad -aunque también de inestabilidad- 'no significa que éste sea espiritual'.

			

				

				Ibid., 226.

			35 Porque la distancia orgánica del hombre respecto de sus actividades tecnificadas lo insensibiliza no solo del sentido de su esfuerzo sino que lo eclipsa acerca del beneficiario de su actividad (su propio yo, en primera instancia) y con ello mantiene su relación con el cuidado de lo otro y de los otros en el nivel de la vigilancia y de la asistencia, pero no en el de la afectividad pues 'en cierto modo este mundo estará más desunido que el viejo mundo europeo, pues aquél tenía al menos un cierto fundamento común, un común denominador espiritual'.

			

				

				Ibid., 230, énfasis añadido.

			36

				

				
Europa era el mundo, pero hoy no se encuentra asidero sólido que posibilite la comunión entre naciones en lo público, ni entre las personas en lo privado. El riesgo de una mayor desunión en ambos frentes es cada vez mayor y cada vez más real. Así, ¿cómo atajar esa desarticulación si los referentes de la realidad ya no bastan? Aún no podemos proponer al cuidado silencioso como respuesta para la conciencia contemporánea porque 'No podemos seguir a San Francisco a ese tumbo radical del espíritu en el que la humillación más completa se convierte en completa santidad o dicha, pues nunca hemos estado allí'.

			

				

				Chesterton, San Francisco de Asís, 65.

			37 Ese estar allí lo piensa Chesterton en una radicalidad aún mayor que la marcada líneas arriba por Patočka en tanto el hombre, al quedar abierto ante la potencialidad del absoluto, se queda en la disyuntiva socrática entre padecer una injusticia antes que cometerla y no en otra opción posible que es netamente cristiana: humillarse a propósito para su propio beneficio y el de los demás. Para ello, se necesitaría cumplir la conversión de la mirada que sucede en las personas religiosas y que Chesterton describe así, respecto de San Francisco 'Todo en él radicaba en que el secreto de recobrar los goces naturales estaba en verlos a la luz de un goce sobrenatural'.

			

				

				Ibid., 63.

			38 Sea la opción socrática de sacrificio que mantiene Patočka, sea la opción de la humillación cristiana (a nuestro entender, el arquetipo de sacrificio), en ambas situaciones debe privar un espíritu pedagógico: las dos son producto de una formación particular que con-forman en el primer caso, asociaciones; en el segundo, comunidades. En esta distinción radica la máxima diferencia que advertimos para la comprensión del cuidado silencioso que hemos prometido desde el inicio del texto. Pero antes de abordar ese tema, sentemos un último piso teórico en torno a las posibilidades pedagógicas de una opción y otra que, en lo esencial, tienen como propósito encontrar el sentido del cuidado verdadero del otro y de lo otro.

			

				

				Cfr. Francisco, Carta encíclica Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad social. Octubre 3, 2020.

			39 En palabras de Patočka: 'No se trata en absoluto de que el fluir de la vida tenga un final, sino de su ser relativamente para el final'.

			

				

				Patočka, Libertad y sacrificio, 238.

			40

				
Por un lado, la tarea personal que suscitará la reconciliación; por el otro, la paciencia como elemento necesario para reconciliar las sustancias a condición de que cada conciencia encuentre su propio centro. Aquí hay un peligro más -peligro que vale para la persona con sentido común- que consiste en separar del mundo al individuo capaz de cumplir las tareas solicitadas por García Morente y por Patočka y que, en ese movimiento de 'separación' se conmoverían las relaciones de reciprocidad entre ese individuo -encarnado en la figura del 'filósofo' nuevamente, tanto para García Morente como para Patočka- y el mundo porque '¿no es la filosofía una de esas muchas diversiones a las que el hombre se puede entregar en los momentos de tranquilidad -como la escritura de un artículo académico-, recluido en lugares especiales o en remansos de paz, en torno a los cuales se desata el huracán del mundo?'.

			

				

				Ibid., 21, énfasis añadido.

			52

				

				
El resultado de una formación vista exclusivamente desde estas miradas produce una suerte de recelo respecto del filósofo pues este se distancia voluntariamente del mundo y, cuando vuelve a él, necesita hacerlo en otros términos. Así, 'estas palabras -las dichas filosóficamente, por ejemplo, en este texto-, cuya finalidad no es otra sino condenar la filosofía por verbalismo, afirman implícitamente la derrota del mundo. Por ello, el filósofo es principalmente un ironista, aunque deje que el mundo hable en su contra'.

			

				

				Ibid., 23-24, énfasis añadido.

			53

				

				
¿De qué manera hacer que la mirada del sentido común conviva con la mirada de la conciencia tecnificada en torno al cuidado del otro y de lo otro si los fundamentos, queridos y reproducidos eternamente por la primera, sospechados por la segunda, no son aparentemente semejantes? Más aún, suponiendo que resolvemos sus disparidades teóricas, y encontramos consecuencias prácticas del cuidado no mutuamente eludibles desde solamente la razón, ¿qué 'estrategias' de formación se advertirían como las 'más adecuadas' para generar visiones de cuidado que puedan ser cooperantes, capaces de formar comunidades antes que sociedades? Hagamos una última reflexión a este respecto antes de elaborar nuestro apartado final y las conclusiones.
Dicha relación procede mediante la postulación filosófica -científica- de verdades que serán enseñadas mediante metodologías específicas y en escenarios particulares, según una mirada actual de la educación en la que lamentablemente se ha cumplido lo que García Morente advertía como una eventual fatalidad y que hoy es absolutamente real en tanto se 'educa' por normativas pretendidamente científicas y se evalúa por 'indicadores de aprovechamiento'. ¿Qué idea de cuidado, nuevamente, puede surgir de una formación basada en una racionalidad de este tipo y, sobre todo, qué tipo de sociedades germinan de ámbitos de convivencia que presuponen la superioridad de la instrucción previa a la acción?
En tanto entendamos que la pedagogía es la forma de la filosofía, estaremos en condiciones de valorar las circunstancias distinguidas del cuidado y sabremos darle su propio espacio según sea un cuidado tecnificado o un cuidado personal cuya radical distinción estriba en la capacidad de dialogo vinculante que inaugure la conversión de una mirada que ya pueda descubrir a quien necesita ser cuidado. La mirada personal sumada a la mirada tecnificada constituirá la base desde la cual, aquel que se enfrenta a su propia contingencia primordial, se insertará en el mundo desde la visión del cuidado verdadero, una vez que haya vuelto a este mundo. No es, pues, un mirar u otro sino ambos a la vez entendiendo sus posiciones y dialogando entre sí pues el pensamiento es esencialmente un contrastar visiones del mundo que procuren evitar la vanagloria de uno por encima del otro aunque rara vez lo logren, pues

				

					
si en el pensamiento la única norma y realidad es el objeto pensado, entonces esa despersonalización, esa desubjetivación implica propiamente una descomposición del pensamiento en pensamientos; más como estos no son míos ni tuyos, sino pertenecientes en efecto o no pertenecientes al objeto (verdaderos o falsos), resulta de aquí que el movimiento esencial del pensamiento consistirá en ver si los pensamientos son o no efectivamente del objeto (son o no verdaderos), es decir, consistirá en un examen continuo, en un va y ven del pensamiento al objeto, en una constante confrontación de los pensamientos entre sí y con el objeto. Esto, empero, es propiamente diálogo entre pensamientos; es controversia, es dialéctica.

			

				

				García Morente, Símbolos del pensador, 20.

			59

					

				

				
Y aunque este vaivén entre pensamientos puede darse en soledad a la manera del monólogo y del soliloquio permanece intacta su esencia dialogante pues requiere la confrontación con otros pensamientos, especialmente otros que no sean los míos en distintos momentos y bajo circunstancias de vida y de inteligencia distintas. Se muestra como necesidad, pues, que el pensamiento que trabaja en soledad sea compartido con otros porque 'Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo'.

			

				

				Benedicto XVI, Spe Salvi…, 72.

			60

				

			

			

				
Comunidad y cuidado verdadero

				
Cuando es percibido en su función actuante, el modo del cuidar cristiano genera atracción al espectador. Empero, este gesto es insuficiente para hacer comunidad si no se reproduce cotidianamente ni es expuesto públicamente, pero precisamente ahí radica su distinción: el cuidar cristiano no procede por la prerrogativa de lo público sino que actúa clandestinamente pues no está henchido de glorias. Como ejemplo de este actuar vemos a San Francisco como respuesta fiel al llamado de Cristo para evangelizar y, al mismo tiempo, su figura se presenta como un acto retador para la mirada tecnificada de nuestro tiempo, incluso para un creyente autodeclarado pues ve en el franciscano un modelo de lo que él mismo debería ser en tanto creyente, pero que aún no es. En este signo de contradicción se encuentra una lectura del cuidado que no atañe a la visión de la conciencia tecnificada desde sus propios objetos, pues en aquél 'están las heridas imperecederas y no restañables que son la salud del mundo'

			

				

				Chesterton, San Francisco de Asís, 15.

			61 que permitirían la 'reconciliación práctica de la alegría y la austeridad'.

			

				

				Ibid., 16.

			62 En esta invitación a cuidar con alegría nos encontramos con la feliz noticia que la religión no es una filosofía y por ese motivo no se derivan de aquella solamente actos basados en nuestra razón natural, sino que se da cuenta de la fe desde la visión de la razón con el corazón.

			

				

				Cfr. 1 Pedro, 3, 15.

			63

				
Se reconoce, pues, que es problemática la inserción de una voz religiosa en el escenario intelectual que se ha descrito en las cuartillas precedentes -ningún hilo negro se descubrió-, sobre todo para el filósofo cristiano quien no percibe suficiente cristiandad en su entorno que le permitan considerarse, en efecto, un filósofo cristiano distinto de sus colegas no cristianos. El riesgo es aún mayor porque las palabras de la fe, que tienen en sí los fundamentos del cuidado del otro en tanto son Palabras de Cristo, podrían -pueden- casi siempre quedar en el olvido y pasar innominadas correctamente ante cualquier conciencia que no tome seriamente los problemas del Misterio de la existencia

			

				

				Cfr. Umberto Eco y Carlo Maria Martini, 'Cuando entra en escena el otro, nace la ética' en ¿En qué creen los que no creen?, trad. Ester Cohen (México: Taurus, 2008).

			68 sobre todo cuando la conciencia se posiciona ante la contingencia primordial de su ser y ejerce en ese espacio creativo una mirada racionalizada que, en el mejor de los casos, solo produce ideologías individualistas sobre lo real antes que miradas sociales que construyan comunidades de cuidado de sí y del otro desde la afectividad.

				
Hay que expiar el egoísmo utilitarista del sentido del cuidar, pero no sus formas técnicas de cuidado (el cuidado como asistencia de Nightingale). Esa purga de la mirada es la que pone a toda conciencia en el umbral de su mismo fondo abisal, pero justo ahí sucedería el milagro de la conversión si esa conciencia se ve a sí misma como administradora de una misión que no es su misión. Es decir, no es una misión dada por ella sino que le ha sido dada. Volveremos sobre ello enseguida, pero afirmemos ya: sólo es posible un sentido del cuidado verdadero cuando no se considera nuestro encontronazo con la contingencia primordial como una situación nihilista sino como un encuentro con el Amor. Paradójicamente, la historia del hombre, a partir de la Ilustración, ha querido conformar sociedades que aprecian mayormente los sinsentidos del vivir que genera una convención unilateral y orgullosa de la razón desde la cual 'la simple existencia física del hombre se da porque es aceptado en la comunidad humana'

			

				

				Patočka, Libertad y sacrificio, 235.

			69 pero no necesariamente es bienvenida.
En suma 'Ni planes, ni propuestas ni reajustes eficaces devolverán la sensación de estar hablando con su igual. Un ademan sí lo logra'.

			

				

				Ibid., 86.

			77 Este actuar franciscano vale solamente para quien acepta el llamado de la vida religiosa y por tal motivo, ya en tiempos de San Francisco existía la sospecha por parte de la Iglesia institucional de que las reglas del santo fueran demasiado duras para los hombres y más que beneficios traerían penurias si los pastores les exigieran el cumplimiento de normas tan estrictas para un alma creyente pero no religiosa (en el sentido de ser un sacerdote, fraile o monja). Empero, el actuar de San Francisco podía ser tomado por locura debido a su total entrega que no medía consecuencias porque la tarea de expiación del mal en el mundo era -sigue siendo- demasiada. Con todo, el reclamo de impracticabilidad de aquella actitud franciscana es más cercana a nuestra época porque también las éticas actuales suelen pedir conductas inviables en lo concreto -incluso se contentan con éticas mínimas- y catalogan las propuestas de comportamiento como ofertas que deben ser aceptadas por comunidades atomizadas.

			

				

				Ibid., Cortina, Ética de la razón cordial, 18.

			78

				

				
Hacemos aquí un alto porque, puestos a criticar, todo es criticable desde la razón, pero una actitud de crítica permanente no abona ni construye la paz del mundo -si acaso este fuera un propósito velado en estas páginas-. Así, lo que resta es mantener la actitud de expiación reconocida en San Francisco -que no es suya- para que en la esperanza cristiana peregrina, iniciada por Abel, se atienda cada caminar personal con el que entremos en contacto. Que se atienda lo viviente.

 Stella Maris, el cuidado en el silencio

				
Como nota final, unas reflexiones en torno a los lugares de aprendizaje del cuidado verdadero que se ejercita en la esperanza y tiene como modelo de enseñanza primero a María, la estrella de la Esperanza. Recordemos que 'la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás'

			

				

				Benedicto XVI, Spe Salvi…, 51.

			88 y que ella considera el actuar humana desde el sufrimiento como espacio de aprendizaje que suscite conductas cordiales y que sostenga la esperanza en acto que ejercida cotidianamente nos anime a llevar la vida hacia adelante en un abrir permanente de la conciencia hacia la vida eterna, rectora de nuestras concreciones particulares. El cristianismo pide, pues, ser luz en el mundo para los demás con aquello que nos ha sido dado

			

				

				Mt. 25, 14-30.

			89 mediante nuestro sí al modo de María quien 'abrió las puertas de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1, 14)'.

			

				

				Benedicto XVI, Spe Salvi…, 73

			90 De este modo nos sabemos custodiados y podemos custodiar animando pues es propio del cristiano actuar calladamente en el mundo sin esperar retribución alguna; sus formas de cuidado tienen el carácter del fondo perdido humanamente, pero invertido en el cumplimiento de la Promesa de Dios porque no debe perderse de vista que la única verdad permanente del mundo es que la vida es esencialmente sufrimiento pues ninguna fuerza humana es capaz de eliminarlo.
Esa palabra sólo puede ser cumplida en el momento del encuentro entre la conciencia y su contingencia primordial: o se entrega a las ofertas de la razón tecnificada o se pierde en la Promesa de salvación eterna porque comprende que 'la capacidad de sufrir por amor de la verdad es un criterio de humanidad' y ahí se verifica una conversión del corazón que invitará a cuidar silenciosamente del mundo vuelto comunidad. La Madre del Cielo resguarda ese espacio para nosotros porque Ella al recibir una nueva misión derivada del escarnio hacia su Hijo se convirtió en madre de los creyentes porque aun cuando se topó con 'la oscuridad del Sábado Santo' que vivió con entereza y fe, asimismo se encontró con 'la mañana de Pascua'

			

				

				Ibid., 75.

			94 y ahí, en ese gozo matinal, allí vive el sufriente y desde ahí debe reanudar cada día para sí la recomendación de Juan 16, 33 para llevar a cabo el cuidado silencio del mundo: 'Tened valor. Yo he vencido al mundo'.

			

		

		

			
Conclusiones

			
La figura de María en el contexto del catolicismo revela una relación profunda y significativa con la noción de cuidado, en estrecha vinculación con el concepto de silencio. Dentro del marco filosófico, se reconoce a María como la Madre de Jesús y se le atribuyen cualidades maternales que se manifiestan en su cuidado amoroso hacia su Hijo y hacia la humanidad en general. El cuidado maternal de María se caracteriza por su entrega desinteresada, su compasión y su protección. En este sentido, su figura ejemplifica la disposición de cuidar y velar por el bienestar de los demás, brindando consuelo y ayuda en momentos de necesidad. Su maternidad trasciende la dimensión biológica para abarcar una dimensión espiritual, representando un amor incondicional y compasivo hacia toda la comunidad cristiana. El silencio, por otro lado, adquiere un significado especial en relación con María y su papel en el cuidado. El silencio se interpreta como un componente fundamental en su actitud de servicio y entrega. María guarda un silencio reverente y contemplativo que le permite escuchar y comprender las necesidades y sufrimientos de los demás. En ese silencio, encuentra la sabiduría y la fuerza para actuar con compasión y solícito cuidado hacia aquellos que la rodean.

			
El silencio de María también se vincula con su capacidad de acoger y sostener en su corazón las experiencias de dolor y sufrimiento. Al preservar un espacio interior de silencio, María se convierte en un refugio para aquellos que buscan consuelo y encuentran en ella un apoyo espiritual y emocional. Su silencio se convierte en un canal de escucha compasiva y en un puente de conexión con la divinidad. La relación entre la figura de María, el cuidado y el silencio se funda en la idea de que el verdadero cuidado trasciende las palabras y se nutre en la profundidad del silencio interior. El silencio de María le permite comprender las necesidades más íntimas de los demás y responder con amor y compasión. A través de su ejemplo, se nos invita a cultivar un silencio interior que nos permita escuchar, comprender y cuidar con autenticidad.

			
En el presente artículo se ha abordado la noción del cuidado, el silencio y la figura emblemática de María desde una perspectiva profundamente arraigada en la esperanza cristiana. El cuidado, encarnado en María, se manifiesta como una manifestación afectiva vital en el marco de la esperanza cristiana, que se expresa mediante actos silenciosos que no buscan ostentación y se revisten de cordialidad y cortesía, fomentando la comunión y la construcción de comunidad.

			
Este estudio se ha propuesto exponer al lector la visión cristiana acerca del cuidado, destacando sus formas de encarnación cotidiana en diversas esferas humanas. Asimismo, se ha procurado liberar al individuo del inmanentismo característico de la vivencia puramente contemporánea, instándole a reconocer la esperanza de lo vivo que se concreta en actos motivados por el amor en Cristo hacia todo y hacia todos. Este trascendental llamado, según lo expresado por Chesterton, evoca la necesidad de evitar una perpetua publicidad imperecedera de lo que ya ha fenecido. Se ha confrontado la mirada escéptica que, imponiendo sus prejuicios, observa con escepticismo la evasión del amor cristiano que, en sí mismo, porta la señal de la contradicción y se manifiesta en la disposición de amar hasta que duela.

			
Así, se quiere invitar al lector a considerar el cuidado, el silencio y la figura de María como elementos interrelacionados en nuestra comprensión del mundo y nuestras formas de relacionarnos con él. Se nos plantea el desafío de mejorar progresiva y permanentemente nuestra mirada desde el corazón hacia el sufrimiento que impera en el mundo, lo cual nos lleva a elegir entre dos mensajes fundamentales: el primero corresponde a la estructura pública del cuidado, que busca existir sin la ayuda de la fe o con un apoyo limitado de ella; el segundo mensaje encarna el cuidado silencioso, que anhela la comunión de las personas y comprende que cada acto surgido de él no tiene la intención de establecer un reino en este mundo, sino de vivir acorde a esa modalidad potencial que toda conciencia encarnada posee en su esencia primordial. Este tipo de cuidado, del cual hemos hablado, encuentra sus raíces en la carencia espiritual de nuestro tiempo, en el cual se valora más a Pan que al bosque y más a Venus que al verdadero amor (no al Amor). En esta época, parecemos haber dejado de cuestionar los fundamentos espirituales y las posibilidades de comunión, incluso cuando la razón moderna ha perdido la capacidad de indagar por el sentido común del mundo, no en el sentido de Descartes, sino con relación al sentido de lo cotidiano. A pesar de ello, la vida ordinaria rebosa de imaginación y creatividad mucho más que la vida intelectual en la cual frágilmente nos desenvolvemos en la actualidad. Nuestra responsabilidad mutua se manifiesta plenamente cuando coincidimos en aceptar que hay un camino de maduración del corazón que se inicia en el reconocimiento del sufrimiento y culmina en la construcción de una capacidad de sostenimiento basada en la esperanza, que se traduce en nuevas formas de cuidado. Un ejemplo destacado de esta perspectiva es la visión de San Francisco de Asís, quien veía a las personas individuales en lugar de masas. Aquí radica la diferencia fundamental entre un tipo de cuidado que hemos identificado con una mirada escéptica propia de la modernidad, y otra forma de cuidar que es tan antigua como bella, pero que demanda sacrificios. En suma, el cuidado, el silencio y la figura de María nos invitan a replantear nuestras concepciones y prácticas en relación con el sufrimiento y el cuidado del mundo. Nos llaman a cultivar una mirada compasiva desde el corazón, a superar la carencia espiritual de nuestra época y a redescubrir la importancia de la comunión y la esperanza en nuestras acciones cotidianas. Solo cuando asumimos esta responsabilidad mutua y nos comprometemos con la transformación del corazón, podemos dar paso a nuevas formas de cuidado que trascienden las limitaciones de la mirada escéptica y nos acercan a una auténtica forma de cuidar.

			
En conclusión, la figura de María en el catolicismo encarna la esencia del cuidado amoroso y desinteresado. Su maternidad simboliza el compromiso de cuidar y proteger a la humanidad, mientras que su silencio reverente y contemplativo constituye una vía para escuchar y comprender las necesidades de los demás. La relación entre María, el cuidado y el silencio nos invita a reflexionar sobre la importancia de cultivar un silencio interior que permita un cuidado auténtico y compasivo hacia los demás.

		

	
Referencias
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Benedicto XVI. Carta encíclica . México: Ediciones Paulinas. Noviembre 30, 2007
Esposito, Roberto. . . Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
Camps, Victoria. . Barcelona: Arpa y Alfil, 2021.
, 2ª ed. 2302-2322. Consultado el 3 de enero de 2023 en .
Chesterton, Gilbert Keith. . Trad. Carmen González del Yerro. Madrid: Ediciones Encuentro, 1999.
Congregación para la doctrina de la fe. . México: Ediciones Paulinas , 2001.
Cortina, Adela. . Oviedo: Ediciones Nobel, 2007.
Francisco. Carta encíclica . Octubre 3, 2020.
García Morente, Manuel. . Madrid: Ediciones Encuentro , 2012.
Juan Pablo II. Carta encíclica . Enero 6, 2001.
Kreeft, Peter. Trad. Luis Fernando Domínguez y Olga Put. Madrid: Editorial Universidad Francisco de Vitoria, 2009.
Sus contribuciones en la educación sanitaria otorgaron el espíritu positivista de su profesión que grandes avances retribuyó en el cuidado de los enfermos, tanto aquellos de guerra como los de casa. Muy conocido es su diagrama —la rosa de Nightingale— sobre la mortalidad de los soldados en la guerra de Crimea que le permitió reconocer los elementos básicos del cuidado en materia de salud y que hoy forman parte de la enseñanza común en los currículos de las facultades de medicina en todo el mundo. Se hace notar aquí que el interés del presente artículo es explorar la dimensión afectiva y espiritual del cuidado sin menoscabar los aportes que, desde las miradas positivistas del cuidado, se han realizado a lo largo de la historia y que continúan hasta hoy.
Joan Tronto, una destacada filósofa en el campo de la ética y la teoría del cuidado, presenta una definición amplia y abarcadora del cuidado. El concepto de 'cuidado' en Tronto engloba todos nuestros esfuerzos por mantener, reparar y sostener nuestro mundo para poder vivir en él de la mejor manera posible. Es importante destacar que la postura de Tronto no necesariamente incluye la noción de afectividad tal como se entiende desde el cristianismo. Al plantear la cuestión de quiénes necesitan cuidado y quiénes lo brindan en la sociedad, la respuesta se vuelve matizada. En realidad, para Tronto, cada individuo desempeña tanto el papel de cuidador como de receptor de cuidado. A menudo, tendemos a asociar el cuidado o las actividades de cuidado únicamente con los demás, considerándonos a nosotros mismos como cuidadores heroicos. Sin embargo, a lo largo de nuestras vidas, estamos constantemente involucrados en el proceso de dar y recibir cuidado. El concepto de cuidado en Tronto se centra en las acciones y responsabilidades que tenemos como seres humanos para mantener, reparar y sostener nuestro mundo, y no necesariamente está relacionado con una dimensión religiosa o espiritual. Mientras que en el catolicismo se enfatiza la importancia de la afectividad y el amor en el cuidado, Tronto no necesariamente incluye estas nociones en su definición de cuidado. Para Tronto, el cuidado se refiere más a las acciones y responsabilidades prácticas que se realizan para garantizar el bienestar de uno mismo y de los demás en la sociedad. Para su noción de 'cuidado', que aquí hemos parafraseado, cfr. Tronto, Joan. . New York: Cornell University Press, 2015. Joan Tronto, Who Cares? How to Reshape a Democratic Politics (New York: Cornell University Press, 2015), 3 y ss.
Cfr. 'La agonía de Trofímovich' en Fedor Dostoievski, Los demonios, trad. Fernando Otero (México: Titivillus, 2022) 530-533.
En línea con las palabras de Juan Pablo II. Carta encíclica . Enero 6, 2001. Juan Pablo II en su Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte, 'la hora de una ʽsociedad cristianaʼ, basada explícitamente en los valores evangélicos, ha pasado ya. Pero no la hora de la fe, ni la de su proyección en la historia, ya que lo propio del cristianismo es haber penetrado en la historia (23).
Cfr. Tronto, Who Cares?, 5-10. Podemos incluso señalar algunas formas concretas en las que se encarnan las etapas del cuidado definidas por Tronto en el texto previamente citado, a saber, caring about, caring for, caregiving, care receiving. En el contexto del catolicismo, se pueden distinguir las cuatro fases del cuidado según la perspectiva de la teoría del cuidado de Tronto. En primer lugar, 'caring about' en el catolicismo implica tener una preocupación genuina y compasiva por el bienestar y la dignidad de todos los seres humanos, reconociendo la importancia fundamental de cada persona como hijo de Dios. Esta preocupación se extiende tanto a nivel individual como comunitario, promoviendo el amor y la solidaridad hacia los demás. En segundo lugar, 'caring for' en el catolicismo se manifiesta a través de la provisión de atención y ayuda concreta a aquellos que lo necesitan, como los enfermos, los pobres, los marginados y los desfavorecidos. La Iglesia católica se involucra en numerosas obras de caridad y servicio social para atender las necesidades de los más vulnerables. La tercera fase, 'caregiving', se refleja en la vocación y el compromiso de los miembros de la Iglesia de dedicarse al cuidado activo de los demás, tanto física como emocionalmente. Los sacerdotes, religiosos y fieles laicos ofrecen su tiempo, habilidades y recursos para acompañar y apoyar a las personas en momentos de dificultad y necesidad. Por último, 'care receiving' en el catolicismo reconoce la importancia de permitir que los demás cuiden de uno mismo. La comunidad católica ofrece un espacio seguro y acogedor donde las personas pueden encontrar consuelo, apoyo espiritual y emocional, así como recibir los sacramentos que les ayuden a sanar y fortalecer su fe. Estas cuatro fases del cuidado en el catolicismo se entrelazan y forman parte integral de la enseñanza y la práctica de la Iglesia, buscando promover la dignidad humana, la justicia y el amor en el mundo.
En la vida cristiana, la fe en la vida eterna es la sustancia que alimenta la esperanza y que conmina al creyente a cuestionarse si, en efecto, desea la vida eterna pues ya el mismo Ambrosio de Milán decía lo siguiente en De excessu fratris sui Satyri: 'La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia'. Citado por Benedicto XVI, Spe Salvi…, 21. Así, no es una vida inmortal deseada en este mundo, sino una vida eterna añorada para la vida postrera. Pero adquirir esta esperanza sólo es dable a quien se esfuerza por conocer la profundidad de lo real y a seguir el Camino, la Verdad y la Vida que es Cristo.

					Stein, Edith. “”, en . Trad. Francisco Javier Sancho Fermín. Burgos: Editorial Monte Carmelo, 2012. Edith Stein, 'Ethos de las profesiones femeninas', en Obras selectas, trad. Francisco Javier Sancho Fermín, 715-717. Burgos: Editorial Monte Carmelo, 2012. La Santa apunta que un ethos bien entendido equivale al habitus de la escolástica. Indica que para que un ethos sea duradero, éste debe proceder de una práctica constante de actitudes anímicas que son descubiertas por la conciencia como formas activas internas. Con todo, independientemente de su fuente, los hábitos derivados de esa forma de la conciencia: 'pueden perderse; no pertenecen al alma de forma inmutable, pero no son fácilmente mutables' porque apuntan al cumplimiento de un valor expresado en leyes o determinaciones objetivas.
'La filosofía analítica tiene un axioma, un presupuesto, que casi siempre se acepta como una certeza: la distinción radical entre hechos y valores. Los hechos son objetivos y los valores no. Este principio, este falso principio de la filosofía profesional, se ha filtrado en el pensamiento popular por medio de una especie de ósmosis. Se nota en nuestro uso de la palabra valores en vez de leyes o virtudes o bienes. Nadie había usado la palabra valores para referirse a lo moral o ético antes del siglo XIX, antes de […] Nietzsche, creo, o quizá un poco más atrás, con Kant, no estoy seguro, pero con seguridad no antes de Kant. Nadie en el siglo XIX o en ninguna época anterior hubiera entendido la…frase que todo el mundo dice ahora: ʽNo me impongas tus valoresʼ'. Kreeft, Peter. Trad. Luis Fernando Domínguez y Olga Put. Madrid: Editorial Universidad Francisco de Vitoria, 2009. Peter Kreeft, Relativismo: ¿Relativo o absoluto?, trad. Luis Fernando Domínguez y Olga Put (Madrid: Editorial Universidad Francisco de Vitoria, 2009), 73-74.
Chesterton, San Francisco de Asís, 55. Se puede afirmar que el mundo medieval comprendía mucho mejor los fenómenos humanos en los que todos los hombres son solo uno, a saber, la muerte y el sufrimiento que mantienen en unidad las comunidades, que no las sociedades. De aquí en adelante se entenderá el término 'sentido común' con el significado dado en esta nota.
Sobre todo porque la división del mundo señalada por Patočka tiene aún, mutatis mutandis vigencia: 'Europa y Estados Unidos (sobre la base del cristianismo tradicional) […] el mundo árabe-islámico (Islam), latinoamérica (Neolítico), África (también el neolítico, pero en una versión diferente), China (la astrobiología y lo cósmico) y la India (igual que en China, pero en una versión más positiva). ¿Qué denominador común puede intervenir?'. Patočka, Libertad y sacrificio, 230.
'Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia. Pero la cuestión es más complicada, puesto que simular no es fingir…fingir, o disimular, dejan intacto el principio de realidad: hay una diferencia clara, sólo que enmascarada'. Baudrillard, Jean. . Trad. Pedro Rovira. Barcelona: Kairós, 1978. Jean Baudrillard, Cultura y simulacro, trad. Pedro Rovira (Barcelona: Kairós, 1978), 8.
'La idea de poder 'ofrecer' las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizás hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo […] que podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres. Quizás debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata también para nosotros'. Benedicto XVI, Spe Salvi…, 60.
Más adelante profundizaremos en este aserto. Valga ahora este apunte: 'El pensamiento no debe confundirse ni con la inteligencia, preludio de la acción, ni con el ensimismamiento del ensueño. El pensamiento es incomparablemente más concreto que ese indeciso vagar del alma por los ámbitos de sí misma. Y por otra parte es también incomparablemente más libre que la constricción muscular y orgánica de una mente ahincada en el esfuerzo de apartar un obstáculo a la vida'. García Morente, Símbolos del pensador, 16.
Cfr. Immanuel Kant, 'Idea para una historia universal en clave cosmopolita', en ¿Qué es la Ilustración? Y otros escritos de ética, política y filosofía de la historia (Madrid, Alianza editorial, 2004). Aquí yace la idea de búsqueda de fundamentos espirituales que la conciencia tecnificada ha intentado postular totalitariamente de maneras infructuosas.
Digámoslo ya por extensión: lo mismo valdrá para quien se aleja del mundo abogando por una ordenación de este desde la exclusividad de una conciencia tecnificada.
'Lo que nos vincula en una misma ʽcomunidad de destinoʼ, en una suerte común, es nuestro ser morituri (conf. X, 6: […] consortium mortalitatis meae); de modo que sólo en la áspera soledad del vínculo singular con Dios podemos experimentar la communis fides que compartimos con nuestros semejantes'. Esposito, Roberto. . . Buenos Aires: Amorrortu, 2005. Roberto Esposito. Communitas. Origen y destino de la comunidad (Buenos Aires: Amorrortu, 2005), 37.
Cómo citar: González Hernández, J. M. (2023). Ave Maris Stella: el cuidado en el silencio. En-Claves del Pensamiento, (34), e629. https://doi.org/10.46530/ecdp.v0i34.629